lunes, 26 de diciembre de 2011

A 10 centímetros de silencio.

 Fotografía robada de aquí

No podemos sentir el amor sin haber sentido el desamor primero.
Igual que uno no puede nunca encontrar algo que no se le haya perdido antes. Como los imperdibles y esas cosas tan pequeñas, tan diminutas, que andan siempre desperdigadas por los eternos bolsillos. Y para perder algo, claro, primero hay que poseerlo. Primero hay que rozarlo nada más que con la yema de los dedos, notar la electricidad en las uñas, en la carne, en las falanges largas y delgadas de tus manos. Después debes dejar viajar la corriente a lo largo de tus brazos, notar las descargas eléctricas en los hombros, que se erice la piel, que te vuelvas blanca, lívida, bella.
Cuando ya notes la luz dentro de ti, entonces lo poseerás, y será justo ahí también, a sólo 10 centímetros de silencio, cuando empieces a sentir el miedo a perderlo.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Algunos se creen lo que dicen las canciones. Y yo a ti, yo te creí a ti. Por creer creí lo que decían tus ojos, et on se rappelle les chansons. Se escapaban versos entre tus labios, que no sé si era París o eras tú, pero c'était la gaieté, Paris, allí donde te encontré, que quizás lo era; la noche, París, digo París, et tes camelots et tes agents, et tes matins de printemps, y tus manos, quizás tus manos ayudaron también, que te quise y te sentí, y desde entonces je pense à toi sans cesse. Y sonaban los acordeones que tocaba yo en tu espalda, la melodía que sonaba en nuestra cama. Qué más podría decir, decirte a ti, de ti, qué podría susurrar, que nada te hace justicia, que no sabes qué es justicia, que no lo necesitas. Y menos tú aquí, París.


martes, 6 de diciembre de 2011

Te buscaba, aquí, en las calles de esta ciudad que no son Madrid, que no son Oviedo, que desde luego no son París; te buscaba por estas ciudades porque llegará pronto el invierno, y la navidad, y las luces, los árboles llenos de bombillas de colores que le dan alegría a los padres y a los niños, y la nieve blanca sobre el blanco de las calles.
Decir, que si fuese verano te buscaría realmente aquí, en esta ciudad de playa que llaman Gijón, y te pensaría en Barcelona y las ramblas y aun así, ninguna de esas calles serían París. Ahora te busco por la calle Schultz o por Uría, y no te encuentro. Pienso en aquella película que no vimos juntos, en aquel puente de aquella chica a punto de hacer una estupidez. El fatalismo que le recorría los dedos como un calambre, creo que yo también lo tengo.
Cierro los ojos y pienso en ti y en la lluvia, porque no hay nada más poético que la lluvia y mojarse y los paraguas y pensarte. Te espero, en realidad, a la vuelta de cada esquina, y en mitad de cada calle. Siempre en mitad de mis propios sueños.

Últimamente te he pensado demasiado. Demasiado fácil, incluso para ti. Te pensé desayunando las tortitas que todavía no me has hecho, en alguna casa estadounidense, de esas tan bonitas que salen en las películas y que todo son florecitas y manteles y acabados en madera de primera calidad. También te pensé por la tarde, cuando me quedaba adormecida en un sofá lleno de retales, en pleno corazón de Berlín, sin ocupas, ni corazón, ni citas en alemán ininteligible. Pero sabiéndote allí y en ninguna parte.
Te he buscado debajo de las baldosas que visten Lisboa de noche, que recorren las plazas y los comercios, que soportan los pasos pesados de los amantes fugaces. Te he imaginado caminando entre la niebla de un Londres gris y húmedo que huele a frituras, a hierba y a río. Últimamente te pierdo demasiado.

Aún sigues encerrado en un París que no me alcanza, en un París al que ya no llego.